Sentado en un restaurante, esperando el servicio, una mesera me tomó la orden de manera muy seria, casi severa.
-¿Cuánto cuestan las sonrisas?, porque no están en el menú- le pregunté
Dicho esto, ella se sonrojó y me sonrió de manera tal, que me hizo olvidar el hambre que tenía.
Quise platicar con ella, pero con un ademán me cortó las alas y eso hizo que mi hambre retornara.
Al finalizar mi platillo, la mesera regresó a limpiar mi mesa. Su sonrisa no había desaparecido.
Ello me dio antojo de postre… y se lo dije, le conté todo lo que me causaba esa sonrisa.
Ella me miró con ojos de sorpresa y al pedir la cuenta los números en ella no cuadraban.
Le pregunté sobre eso y me respondió con disimulada sensualidad extendiendo un papel que traía en la mano:
-Ésta es la cuenta… lo otro figúralo tú, comprador de sonrisas…- Me hizo un guiño y se retiró con el dinero
©Carlos di Paulo Zozaya
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