Del libro “El viejo, el joven y la verdad” Por Carlos di Paulo Zozaya
Un día de tantos, como hay estrellas en el firmamento, arribó un joven a la casa de un anciano sabio después de viajar por mucho tiempo.
Al llegar a la puerta de la casa del viejo, sacó de su bolsillo el último pedazo de pan que le quedaba y lo comió casi desesperadamente mientras pensaba en los motivos que expondría sobre su presencia, toda vez que aquel personaje era famoso por no aceptar discípulos que no supieran explicarse.
Tocó la puerta con la levedad de quien es temeroso y al no recibir respuesta insistió ahora con fuerza de quien se siente con derecho a ser atendido pero al igual que al principio, solo recibió el eco de una habitación probablemente vacía y se sentó a un lado a observar la puesta del sol que lucía en todo su esplendor, pues supuso que el anacoreta llegaría pronto, con el anochecer.
No supo cuándo se quedó dormido, hasta que el amanecer le enjugara el rostro con una dosis de calor solar, típico de aquellos páramos montañosos en verano. Se talló los ojos ya que la maravillosa faena que el astro rey desplegara se los había irritado. Se mantuvo recostado admirando el paisaje hasta que escuchó ruidos en la casa. Entonces se incorporó al momento de que la puerta a su lado se abrió aparentemente sola y después de un titubeo prolongado decidió entrar. Llamó a gritos a su anfitrión hasta ahora invisible, sin embargo no recibió respuesta. No pudo evitar hacer una rabieta y salió a la calle para observar si habría algo que comer ya que el hambre también se le había despertado con ferocidad inaudita y al encaminarse con rumbo al caserío más adelante, una voz lo detuvo:
-¿Qué es lo que buscas?
-Busco al anciano que vive en esta casa.
-¿Qué quieres de él?
-Deseo encontrar la verdad en el conocimiento.
-¿Eres feliz?- Preguntó la voz en tono sereno
-¡Si lo soy!- respondió el joven muy entusiasmado
-Pasa entonces…
-Pero tengo mucha hambre y quiero ir a buscar algo para desayunar
-Yo tampoco he comido desde ayer… ¿Me conseguirías algo?… Hay un mercado en esa dirección.
-Claro que si- agregó el joven, y partió empuñando sus pocas monedas de cobre, esperando a que fuera suficiente para el desayuno de ambos…
Caminó una distancia no mayor a 300 metros cuando percibió el aroma de pan recién horneado, urgiendo el rugir de sus tripas, como quien reclama lo propio a un ladrón.
Compró pan, leche y un huevo de gallina y con estas viandas y sin cobre ya, emprendió el regreso a la casa del anciano que sin duda alguna lo esperaría con ansias. Así lo pensó
Al regresar, encontró la puerta cerrada así que tocó con el ímpetu de quien ha encontrado un objeto perdido detrás de una muralla sin respuesta. Contrariado dio unos pasos hacia atrás y se sentó a la vera del camino a esperar. Su felicidad se había hecho añicos y reposaba sobre el suelo. Al cabo de un rato impreciso, la puerta se abrió dejando ver al anciano
-Te esperaba con ansias. ¿Qué no tienes piedad de un pobre viejo con hambre?
-Pero…- dijo frustrado el joven
-Nada de peros, anda pasa.
El muchacho recogió la bolsa con las viandas y siguió al viejo hasta un cuarto con una mesa y dos banquillos
-Pon la comida en la mesa
El joven se impacientó, toda vez que el anciano solo miraba la comida sin tocarla hasta que ya no pudo más y cogió un pedazo de pan y lo devoró casi de un bocado mientras el anciano lo observaba con detenimiento.
-Tengo hambre…- increpó el muchacho
-Lo sé- Respondió calmadamente el viejo
-¿Qué no piensa comer?
-Si, solo que lo que trajiste no es de mi apetencia. Quisiera mejor un filete bien asado con una ensalada verde aderezada con vinagreta.
-¡Pero no tengo dinero para eso!
-Entonces lo que debiste haber hecho es decírmelo, yo te hubiera dado el faltante para que lo compraras.
-¿Desea que vaya a comprar su antojo?
-¡Ve y no tardes, que me muero de hambre!- agregó el anciano, mostrando una moneda de plata en la mano. El joven se la arrebató y salió corriendo con rumbo al mercado, regresando rápidamente.
-¿Dónde tiene el asador?
-No tengo- dijo en tono burlón
-¿Entonces como quiere que le ase la carne?
-¿Cuánto dinero te sobró?
-Más de la mitad del valor de la moneda
-¿Entonces porque no la compraste ya preparada? Hay una fonda justo adelante del mercado…
El joven se desesperó y nuevamente salió a buscar la fonda, regresando un tiempo después con el encargo.
Mientras el viejo degustaba su festín, el joven pensaba en lo mal educado que era el viejo al no haberle invitado de su platillo. ¡Qué bien le vendría al menos remojar su pan en el jugo del filete!
-¿Te sobró dinero?- preguntó el anciano
-Si- respondió el joven evidentemente molesto
-¿Entonces porque no compraste un filete para ti?
-¡Porque usted no me lo dijo!- en este momento, el joven pensaba que no había sido buena idea haber hecho el viaje tan largo…
-¿Aún eres feliz?
-¡¿Y eso que tiene que ver?!
-Todo joven inexperto, todo…
Continuará…
©Carlos di Paulo Zozaya
