El navegante celeste recorría el espacio, acotando primero las sombras, después prolongándolas del lado contrario. El gran Helios en su barca pasaba, con rumbo a perderse tras las montañas al oeste.
Todo esto pasaba desapercibido, distraído como estaba aflojando tu pantalón, luego tu blusa que tenía más botones que estrellas y el sostén de la fruta protuberante en tu pecho.
Comí tu deseo
Bebí tu satisfacción
Pero aún quedaban
Vestigios remanentes
De lo que aquí ocurrió
Y sin darme prisa
Esperé a que pasaran
Los cometas de tu cielo
Que soltaran tus orgasmos
Para renacer en mi de nuevo
Casi intacto el apetito desde
Que el gran Helios pasase
Por encima de nuestras cabezas…
©Carlos di Paulo Zozaya