Un día soleado caminaba un hombre por la rústica campiña. El fulgor áureo del mediodía reflejado del trigal bajo el influjo del astro rey, hacía que los ojos del hombre aquel parecieran pequeñas comisuras entre rocas apretadas y las grietas en su rostro se hacían evidentes cual si mil años posaran en su cuerpo. Sin embargo, su porte erguido y elato, denotaban una edad orgullosa y útil, en contraste con las abundantes marcas en su piel.
A su encuentro salió un núbil jovenzuelo quien corría entre los campos, marcando sus pasos en caprichosas formas, hendiendo el páramo con líneas de sombras entre el dorado fulgor, que a simple vista nada cambiaba, pero desde lo alto de los montes aledaños se percibían figuras amorfas sin trascendencia útil para el vidente desde tierras altas.
- Has dejado un rastro locuaz y abundante entre el sembradío…
- ¿Pues cómo podría no hacerlo? Soy un joven, mozuelo, con hartas ganas de sentir el viento surcar por mi cara, ¡tengo que vivir velozmente!
- Claro que si ¿pero que no te has percatado de que hay un camino entre estos campos?
- Lo he visto, sin embargo he querido dejar una huella distinta para mis pasos.
- Eso es muy laudable, joven, sin embargo ¿te has dado cuenta de lo inútil de tu esfuerzo?
- ¿A qué te refieres, viejo?- dijo esto con un mohín burlón
- Que la huella que has dejado solo durará hasta que el jornalero levante su cosecha, y a juzgar por el color del fruto de su siembra, la cosecha está pronta. Lo que si has hecho, con respecto a dejar tu huella permanente, ten la seguridad que el dueño de estas parcelas recordará mucho tiempo el día de cuando un mozuelo pasare por ellas y le dejare con una mella en su ganancia, el sueldo de un jornal tal vez.
- ¿Tú qué sabes, viejo inútil?- Agregó con pícara sorna
- Se que eres muy joven y locuaz, que buscas ganancia a costa del trabajo de otros, como destruir lo sembrado para construir una gloria pasajera y que tristemente llevarás contigo cual estigma maldito hasta el final de tus días. Sin embargo, podrías corregir tu camino, primero por andar en esta vereda presta para los viandantes y no pisar más de la siembra. Segundo, podrías ponerte a resarcir los daños regalando una jornada al dueño de este páramo.
- Tu no sabes mi nombre ni tampoco sabrías con quien acusarme, ya que según tu talante, supongo que serás un viajero sin fortuna…
- Ahí es donde te equivocas joven irrespetuoso. Soy el dueño de todo esto que ves y que he ganado sin pisar los sembradíos ajenos, de ahí mi apariencia que te parece tan vulgar, porque ando cubierto de polvo y sudor por barbechar el campo de un vecino que no puede hacerlo solo por su edad y tu eres su hijo que viene de vez en cuando a timar…
Has dejado tu marca en el rostro de aquellos viejos, donde las lágrimas trazan con sal las mejillas de tus padres.
El joven bajó la mirada y se volvió para ver sus huellas y descubrió que en nada se parecía la obra de un hombre cuerdo y honesto consigo mismo…
Carlos di Paulo Zozaya
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